Textos de Anna Gimein e Ignacio Castro leídos durante la presentación de los vídeos del proyecto Asnología.
por boca de asno
cara antigua
Anna Gimein
El burro tiene cara antigua. Estos vídeos me hacen recordar otro proyecto, La Raya, en el que Fernando Baena, Susi Bilbao, Rafa Suárez y yo zigzagueamos hilvanando la frontera entre España y Portugal, cruzando de un lado para otro en cada oportunidad de paso posible. Parando y habitando solo estos lugares, importantes en tiempos pasados, en la mayoría de los cuales ahora crece la hierba y se afanan solo las hormigas en cruzar las borrosas líneas blancas en el asfalto. En la mayoría hay silencio, salvo el ruido de algún raro vehículo y el zumbido de algún insecto. Aplasta el sol. En ocasiones, algún vecino de los alrededores cultiva frutales.
De este viaje, me llevé las frases y expresiones que surgían una y otra vez. Cara antigua, las ovejas que entran por las que salen. El burro tiene cara antigua y pertenece al mismo viaje. Aunque no conocimos a Mantecao hasta varios años después, creo viajaba con nosotros; quizás por ello, había tan poco sitio en el coche en el que íbamos los cuatro, las maletas llenas para una posterior estancia, una pelota, una maceta, una almohada robada.
El viaje que hicieron Mantecao, Marianela y Fernando – como siempre aprovechando mi ausencia para la diversión – fue dar un paso más en eso de explorar lo que ya no existe porque no tiene utilidad, porque no es necesario. Está claro que el campo, la naturaleza, los caminos y su polvo siguen existiendo, aunque gran parte de nosotros no nos acordamos de ellos salvo para un entretenimiento dominguero o vacaciones de las que no sirven para presumir en Instagram. Incluso siguen habitados por personas; pero hace mucho que no van por allí los tiros. De cuando en cuando, también hace siglos ya, los intelectuales, las gentes de cierta edad o los amantes de las utopías se acuerdan de ellos, y acuden a eso de la tierra, el cultivar, los tomates, los animales, como a lo verdadero, lo significativo, pero la vida del mundo sigue en otro lugar. La cabra tira al monte, el loco sigue en la colina, pero nuestros viajes diarios van a otra parte.
El proyecto Asnología ocurrió porque un día Marianela conoció a Mantecao. Como otros amigos – y espero que no le importe que diga esto - Marianela no fue a vivir en el campo por puro gusto, sino por la imposibilidad de pagar un alquiler de vivienda y estudio en Madrid. Allí está a la vista la precariedad de la vida y trabajo de los artistas, y también de las personas, de la que tanto hablamos últimamente, algunos, como Marta Pérez-Ibañez e Isidro López-Aparicio con datos en la mano, o en libros, como el de Remedios Zafra. En otros países también hay investigadores y periodistas enfocando el mismo tema.
Pero a Marianela le gusta eso del campo. A mi entender, no es que le gusten los animales, es que Marianela es capaz de relacionarse con ellos exactamente de la misma manera en la que se relaciona con las personas. Por otra parte, Marianela es capaz de relacionarse de manera significativa con los edificios o los muebles. Es el rasgo que la distingue, su superpoder.
Por lo que sé, en el primer pueblo en el que fue a vivir, frio y sin un alma en las calles en el invierno, Marianela se encontró muy sola. No encontró a Mantecao por casualidad en el camino: lo buscó, lo buscó como una relación necesaria. Vio uno o varios burros en la lejanía, y se puso a buscar la forma de conocer a alguno. De paso, encontró al dueño de Mantecao, Alberto, y es una pena que Alberto no esté aquí. A Alberto le gusta el campo y los animales de la manera consciente e inteligente – con esa inteligencia que denominan “emocional” cuando se trata de animales con capacidad de razonar, como si fuera otra cosa, porque parece que hay diferentes tipos de inteligencia. Alberto elige vivir en el campo y “tener” animales por el gusto de estar con ellos. Trabaja construyendo jardines para que sus burros pasten tranquilos en unos terrenos. En uno de ellos vive Mantecao, y de allí salieron él, Marianela y Fernando, con el generoso permiso y los consejos de Alberto, para su viaje de placer y terquedad. Luego surgió Asnología.
El proyecto dio la oportunidad de repensar algunos trabajos de artistas conocidos y desconocidos para nosotros. También dio lugar a pensamiento y textos que examinan a la luz de los ojazos del burro dinámicas muy alejadas de aquello caminos que recorrieron los tres, los temas más sesudos de Asnología – la precariedad, el trabajo, la resistencia, la resignación. Nos permitió conocer algunas personas, como Eliseo, que ya pensaban en la vida, en España, desde al lado del burro. Quizás con cierta nostalgia, pero más desde la rabiosa crítica que desde la ñoñez.
Pero creo que los vídeos que protagoniza Mantecao acompañado por Marianela y Fernando no solo dan origen a estas cosas, son un punto de partida y también el contrapunto muy necesario. Cuando era muy pequeña, mi prima Yulia y yo, bastante leídas para nuestra edad gracias a nuestras madres, habíamos decidido que todos los libros buenos van sobre lo mismo – el amor. En el primer libro que escribió Yulia, para mí, el amor es lo que faltaba, y eso hizo evidente que yo sigo pensando lo mismo. Porque hay muchos tipos de amor, pero todos son amor. Y por ñoño o simple que suene, los vídeos que hicieron Mantecao, Marianela, y Fernando tienen mucho amor, amor sin dirección, sin rumbo.
Para mí, ese nivel de las cosas, de la vida – el visceral, el afectivo, el que ni tiene ni pretende un rumbo – es necesario para que el otro – el de las ideas, direcciones de pensamiento o conclusiones – esté atado a la tierra, a un poste al que nos podamos agarrar; para que nos tenga sentido.
hechizo
juegos
Fragmentos para una metafísica de la melancolía animal
Ignacio Castro Rey
Adorable torpeza de belfo húmedo. El silencio de los campos, la figura de un animal solitario, atormentado. Bajo el zumbido de moscas de un tiempo muerto, lleno de vacío rural, la melancolía del burro es una mancha de atraso en nuestra dinámica pantalla total. Si la espuma del surf triunfa por doquier, un lento animal que no ríe ni baila tiene los días contados, por mucho que agite la cola. El imperio de la depilación total liquida las matas de pelo erizado.
"Feo, católico, sentimental" (Valle-Inclán). Incluso Mantecao, conducido por la dulzura andrógina de Marianela, recuerda demasiado a la sentimentalidad de Juan Ramón, al orbe espectral de Pedro Páramo. Fuera sensiblerías y fantasmas del pasado. Hasta los zombis, con o sin Michael Jackson, deben hoy ponerse a saltar en nuestra incansable flash mob.
La prolongada inmadurez humana no solo tuvo que domesticar otras bestias que complementasen nuestra flaqueza. También conectamos con el mito del misterioso animal que calla. Nuestro irremediable subdesarrollo conectó con el torpor, la lentitud, la terquedad asnal. Así Cristo entra en Jerusalén a lomos de un asno, Cervantes hace delirar el orbe a lomos de un par de cuadrúpedos tristes. John Berger reflexiona sobre la dulzura delante de un burro. Hasta los Rolling hicieron un homenaje a la paciencia asnal en Get yer ya-yas out!
Ahora bien, para nuestro fascismo emocional, y esta perpetua alarma social de un capitalismo-marea, todo lo sentimental debe pasar al archivo numérico. La sociedad líquida no puede poner en primer plano a un sucio animal de secano. Tótem del pasado, ahora solo podrá subsistir como galán de concurso, portento sexual en videos porno o portador de turistas parapléjicos. Difícilmente podrá adquirir un lugar en la coreografía incansable de nuestra mundial clase media, en la quimioterapia de sus mil pantallas encendidas.
Bajo el bronceado de nuestra playas Uva queda, entre otros restos, el auténtico animal freudiano, su resignada relación con lo siniestro. Miren si no esa triste figura cubierta de pelo hirsuto, esa desesperante quietud tercermundista. Mascota gitana. Orejas grandes y velludas, figura desgarbada, ancas sin gracia. Sobre todo, esos ojos oscuros tapados siempre por un flequillo de tristeza. Benditos. Como algunos humanos tarados, apartando las moscas, trotan reconciliados con su infortunio.
Del mismo modo que la prostitución clásica entra en descrédito bajo nuestra luminosa promiscuidad global, ¿es posible que la especie asno esté en decadencia porque recuerda demasiado nuestra condición de animal de carga, de civil digitalmente endeudado? Debemos ser esclavos de un amo omnipresente e invisible. La otra esclavitud, doliente, queda para los inmigrantes. La nueva legión de esclavos es más diligente que los viejos animales de carga.
Welcome refugges. Pero que aprendan inglés, por favor, y sobre todo que no se traigan sus fetiches. Debemos parecernos hoy a un galgo, un husky siberiano o un caballo de carreras. Prolongando nuestra hipocondría dinámica, las mascotas que nos siguen deben confirmar el animal de exhibición que somos. En esta escenografía de alta definición norteña el burro es un estorbo. Por si fuera poco su cabello despeinado (nada que ver con Ronaldo) por encima rebuzna, quejándose de la imposibilidad de cualquier evolución. El dogma de la diversión obligada, el éxito perpetuo y la velocidad de alta definición, convierte al borroso asno en un animal para pasear niños turistas en Chinchón. Arando se ora, decía Pound. Pero la desaparición de la España agrícola de la pobreza, maquillada tras las azuladas estrellas de la Unión Europea, convierte al burro en un recuerdo enojoso de nuestro reciente atraso mal afeitado.
Así pues, se impone el reciclado turístico. Cada uno de nosotros debe ser un extranjero conectado, nunca demasiado seguro de entender el entorno automatizado que le rodea. Lo terciario, su tren de alta velocidad debe dejar atrás la lenta suciedad terrenal. Y el asno, más que el caballo, nos ata al polvo de un lugar, a un idiotismo local (que Marx también odiaba) y a unos dialectos rurales que necesitan subtítulos.
La demonización de la clase obrera y campesina implica no solo una rendición. Es necesario además que los antiguos obreros advengan por su propio pie a reciclarse en empleados informatizados del sector servicios. El trabajo manual desaparece en un capitalismo 24/7 invadido por un ambiente climatizado. Cada minuto debe ser el anuncio de una radiante ingravidez por llegar. En esta velocidad de escape, a lomos del Hummer o el iPhone, no tiene cabida un animal que nunca tiene prisa ni sueña con viajar.
Del arte conceptual al ecologismo, de la fusión musical al feminismo, nos rodean sonrientes instituciones de doma terciaria donde la primera mercancía es el material humano. Aun en las afueras, vivimos en el imaginario de un Skyline encendido cuyos reflejos deben abarcar al horizonte. Las palmeras palpitan en el extremo azul de un cielo mental. Y en esta infinita pantalla táctil no pinta bien un animal dócil, reconciliado con la tragicomedia de vivir. Y por encima, refractario a la depilación total que nos mantiene tan radiantes.