EL RONZAL II Anna Gimein A pesar de las imágenes terribles que nos llegan a diario sobre la situación de los refugiados en Europa, especialmente durante los meses de invierno, los gobiernos nacionales y locales de los países europeos utilizan esta situación para pintar un autorretrato favorable. Estos días, estoy pensando en una acción privada y no artística, un pequeño castigo para mí misma: escribir cien veces “No hablaras mal del país de al lado”. Mientras tanto, diré que llevo más de dos décadas viviendo al ladito de Francia. Durante siglos, Francia ha sido el lugar de origen y exportación de productos de cultura y de lujo al resto del mundo. La marca Francia ha sido construida a base de la haute couture, la haute cuisine, las eau de todo, el pensamiento ilustrado y la liberté. El resto de lo que ha vendido Francia durante siglos también lo tenemos a este lado sur de la frontera –los vinos y los quesos, y a mejor precio. Al tiempo que una significativa parte del vino francés se hace de uvas españolas, porque se vende más que se puede producir, cada año los granjeros francés se enfrentan al comercio internacional bloqueando las carreteras y tirando por los suelos los productos agrícolas importados desde España. Y no es de extrañar que quieran que su gobierno los proteja de la invasión desde el sur de tomates y pimientos. No digo que Francia no haya merecido sus alturas. Pero cada país es la suma de dos extremos, las cumbres y las lagunas, los logros y las miserias. Y no es de extrañar que el país esté cansado de promocionarse como el líder de la alta cultura y del alto pensamiento. Cansado de tratar de mantenerse a la altura ante la avalancha de personas de otras partes. Francia está quemada. Habiendo comenzado por pensar en Proust y los perfumes, y caído hasta los pimientos y los pepinos, pasamos ahora a las pinturas y las performances. We Dream Under the Same Sky (Soñamos bajo el mismo cielo), una exposición realizada en el Palais de Tokyo en el verano del 2017, mostró obras donadas por artistas de renombre que, tras el adecuado número de cócteles, serían vendidas “con la expertise de Christie’s” con el fin de recaudar fondos para ONGs que proporcionan asistencia a los refugiados en Francia. Este mes, la ministra de cultura Françoise Nyssen asiste orgullosa a una nueva exposición a la que su ministerio da cobijo en el Palais Royal, y se fotografía con artistas exiliados y refugiados en Francia cuyas obras se muestran. Afirma que “En Francia, la cultura no conoce fronteras”. L@s artistas que exponen son asistidos por una nueva agencia sin ánimo de lucro, Agency for Artists in Exile, y su directora, Judith Depaule, explica a los medios que Francia siempre ha sido un santuario para artistas y poetas oprimidos políticamente. Supongo que se refiere a los reprimidos políticamente en su lugar de origen, porque la historia de Francia cuanta con una colección nutrida de artistas y poetas reprimidos dentro de sus fronteras. Si dejamos de soñar, quizás podamos divisar que por loables que sean estas declaraciones de intenciones y esfuerzos, los refugiados que merecen estudios y exposiciones son artistas, más atractivos para los países de acogida que los refugiados comunes. Esto siempre ha sido así. Durante la Segunda Guerra Mundial, aquellos desplazados que podían afirmar que eran profesionales altamente cualificados en sus campos, científicos, artistas o literatos de renombre, encontraban un lugar en los corazones de países como Reino Unido, Estados Unidos o los países latinoamericanos con mucho mayor facilidad y rapidez que otros mortales igual de desplazados. En los años 70, países como Canadá aceptaban refugiados de Europa del Este sólo si contaban con formación profesional y buena salud. Pero incluso entre estos refugiados “más aprovechables”, la naturaleza de sus labores artísticas también importa a los amables anfitriones. Así, artistas que se hicieron conocidos y fueron perseguidos en sus países de origen por obras que reivindican los derechos de las mujeres (un tema que hoy en día es apetecible al paladar de las instituciones públicas progresistas), o denuncian las malas condiciones de los lugares de los que proceden, son invitados a exponer en el Palais Royal, al tiempo que otros artistas exiliados en la misma Francia son invitados al Palais de Justice tras meses de prisión preventiva sin ningún adelanto en sus casos. En 2017, Francia concedió asilo político en un tiempo récord al artista ruso Petr Pavlensky. Si, él y su familia recibieron asilo político con más rapidez que algunos de l@s artistas que exponen en el Palais Royal. Permítanme que dude de que esta rapidez fuera debida a otra cosa que a la esperanza de que Pavlensky continuara haciendo patentes los males de Rusia (que son muchos y grandes). Lo dudo porque el hecho de que el artista comenzara a hacer patentes los males de Francia es lo que le ha llevado directamente a Fleury-Mérogis, la prisión más grande de Europa. Según comprobaron Pavlensky y su compañera, quien también fue detenida, la prisión está llena de personas no francesas en la misma situación de larga prisión provisional. Mientras, y por segunda vez en menos de un año, los guardias de las prisiones de todo el país protestan por sus condiciones de trabajo quemando llantas delante de sus lugares de trabajo, con los antidisturbios rociándoles con gas lacrimógeno. Estas condiciones de trabajo son determinadas por la política y las finanzas. Pavlensky es un artista terco. Si le dieran a elegir, es muy posible que eligiera estar en prisión antes que en la exposición del Palais Royal. Porque lo que denuncia en sus acciones no es la maldad de un dirigente o un gobierno, sino la represión perpetrada a todos los niveles, y la aceptación de ello por parte de la sociedad. Lo que no eligió, y por lo que ahora protesta con la huelga de hambre seca, son los procedimientos judiciales a puerta cerrada, las entradas a escondidas bajo órdenes de las autoridades en el Palace de Justice y el consiguiente silencio de los medios. Pavlensky no es un artista manso. Cuando pienso en él, suele venirme a la cabeza una canción de otro ruso, Vysotsky, un bardo a quién Paris le dio la bienvenida en los años 70. La canción se llama Caza de lobos, y se canta desde la perspectiva de uno de ellos._HhW La respuesta del despacho de la ministra de cultura a una carta por parte de la editora del libro El caso Pavlensky es de lo más cortés y formal, y afirma que es al Ministerio de Justicia a quien corresponde ocuparse de su caso. Y se comprende. Pavlensky es claramente un artista exiliado que no le conviene a nadie. No es un artista de la variedad de jardín, como se dice en inglés. No aceptó ninguno de los bienes materiales que le correspondían por el estatus de asilado político en Francia, como no aceptará invitaciones a realizar acciones en el jardín de ningún palacio. No aceptará un ronzal. Los medios internacionales, siempre ansiosos de publicar fotos de sus acciones mientras las hacía en Rusia, han perdido el interés. Hace unas semanas, un medio galardonado con recientes y relucientes premios internacionales me ofrecía publicar las cartas de Pavlensky desde la prisión, una historia con fotos, vídeos y todas las formas posibles de decorar una noticia. Pero el hecho de que las cartas fueran escritas desde una prisión francesa mereció la siguiente respuesta: “que su historia ya no sea sobre Rusia y realmente sea sobre Francia probablemente es un problema insalvable para nosotros”. Es perfectamente comprensible que un medio que se centra específicamente en temas relacionadas con Rusia y países de la Europa del Este encuentre insalvable el hecho de que el último año y medio de la vida y del trabajo del artista tuviese lugar en Francia. Es desafortunado que, al parecer, los demás medios, sean generales o específicamente artísticos, también encuentren que este hecho es un problema insalvable a la hora de informar sobre ello. Quizás se imaginan que a la ministra de cultura de Francia no le gustará. Tampoco le gustará a la ministra de la justicia. ¿Qué es lo que ha hecho este artista feroz? Primero, negarse a jugar, reusando las ayudas que le correspondían. Y luego, incendiar las ventanas del Banco de Francia, para dar luz al hecho de que el Banco de Francia es el poder que manda, que el Banco de Francia ha reemplazado a La Bastilla no sólo en su lugar físico. Si os preguntáis por qué hace Pavlensky estas cosas, os lo resumo en cinco palabras: para que no seamos asnos, en el mal sentido de la palabra. Porque los mansos no heredarán la tierra.
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